Me marchitan las horas
los minutos, e incluso
segundos
que paso atada en este suelo
sin flores,
sin alas,
sin cerebro,
con ruido;
esas luces que me miran
de noche
siendo mi mundo en blanco y negro,
y amándolo yo de colores.
Poco a poco me matan los párpados
que ocultan tras de sí
esos ojos que llamo
libertad.
Libertad es lo que necesito;
estar presa me hace trizas el alma.
No puedo ver a través de estos barrotes,
ni oler,
ni pensar,
ni sentir,
ni volar.
Suena tan bien, huir;
pero tampoco es lo que quiero.
Quiero ser mar
cristalino
que mece las gotas para que lleguen a una nueva orilla,
que se deja llevar por el viento,
por el tiempo,
y crece con las ganas de la luna.
Quiero gritar,
y no a escondidas.
Quiero reír
sin que se rían de mí.
Quiero volar,
pero la vida me tiene
entre algodones húmedos
y rayos de sol
en un vaso de cristal.
Y yo me resisto a echar raíces.
Texto publicado en la 28 edición de Rotativo Libélula (donde espero que me podáis leer más veces).
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