07 abril, 2013

Fuerzañera

Vi como tus ojos verdes
me mecían más que tus brazos,
como tu boca seca
me cantaba al dormir,
como tu risa, desafiando a la armonía,
elevaba la felicidad más allá del cielo;
como tu luz
hacía temblar al mismo sol.
Recuerdo conducir tu tractor
desde tus piernas
cuando ni siquiera llegaba a los pedales,
y cuando me escondía entre girasoles
sabiendo que te haría enfadar,
pero me gustaba verte
correr entre ellos para encontrarme.
Recuerdo cómo me enseñaste
que la riqueza no se mide en oro,
sino en sonrisas compartidas.
Y te vi un hombre firme,
valiente, bondadoso y
fuerte.
Y quise aprender de ti, abuelo,
contigo, gran padre.
Vi como la perdiste,
tus verdes volviéndose cansados,
tu piel envejeciendo
treinta años en dos días,
tu risa ya no desafinaba
porque no reías,
tu luz se apagaba.
Vi el sufrimiento
clavado en tu alma.
Después se nos fue él,
y a ti apenas te quedaban ya
lágrimas.
Los girasoles se secaban
y tú quedabas estático
como el tractor.
Pero vi esa fuerza
escondida en algún rincón
de tu corazón desangrado.
Ahora veo tus cataratas,
pero ya no son agua fluyendo;
tus arrugas
marcadas por ese largo trayecto;
tu pelo no alberga pipas ni hojas secas,
sino un baño en blanco perla.
Veo tus pocas ganas de levantarte
cada mañana,
y tu soledad, tu desamparo,
y hasta tu dolor.
Pero eres hombre fuerte,
cada día consigues
enfundarte tu camisa de cuadros
y plantarle cara al mundo.
Ójala me hubieras dado al nacer
alguna parte de esa fuerza;
la usaría para cantarte
hasta que te dumieras,
para acunarte en felicidad,
para conducirte en el tractor,
aunque ya no anda,
por el brillo de tus ojos color hierba;
para besarte las arrugas
y hasta los huesos
si hace falta;
para llevarte al campo, ya seco,
de girasoles
y jugar contigo
a ser jóvenes
de nuevo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario