01 abril, 2013

A punta de pistola.

Amarme
es como jugar a la ruleta rusa
con el tambor lleno,
como empuñar
una navaja de doble filo
sin mango,
como no separarse
de un cóctel molotov
o como izar las velas
en plena tempestad.
Así como romper una ventana
con la cabeza para asomarse,
agarrarse a un clavo ardiendo
o colocarse entre la espada y la pared.
Besarme es comparable
con enfrentarse a una espada
a pecho descubierto,
con gatear frente a un león hambriento,
con asomarse a un acantilado
a riesgo de perder el equilibrio.
Mis pechos hipnotizan,
se mueven contando los segundos
que resto de su vida;
y mis caricias, más que suaves,
son katanas
añorantes de sangre.
De mi guitarra
sólo salen llantos,
y sus cuerdas
son más bien las de un ahorcado.
Abrazos como un puñal,
resquebrajan ropas, pieles y alma.
Lanzallamas en mis ojos,
y mis palabras, gasolina.
No me dejes tu corazón,
que haré marionetas con él.
Hacerme el amor
es más bien una guerra perdida
en la que saldremos vencidos
o muertos.
Puedo ser tu ingravidez
o enterrarte bajo tierra.
Soy una mala combinación,
una línea curva dirección infierno,
una estaca que descose
después de clavarte el pecho.
Si me quieres,
que sea con coraza;
y, para eso,
mejor que no me ames.
Porque yo,
cuando amo,
lo hago a punta de pistola.

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