26 marzo, 2013

Salitre para mi ocaso.


Escondí entre mis sábanas todos los recuerdos rotos que esculpía el viento en rock, cerveza y hachís, confiando en que me abrigarían en las noches que provocó tu ausencia. Dejé entrar por la puerta a la Primavera con la esperanza de que te trajera consigo -qué necia, no recordé que tú eras más de andar sobre mi tejado, o sobre mi frente-. Traté de inventarte en un mundo nuevo donde todo nos fuera bien, pero no tuve suficientes carbonos ni cojones. Te grité desde otras camas por si me oías, consciente de que no era tu espalda la que usaba de lienzo para pintar de rojo sangre con mis uñas.

Cómo pretendías que no me enamorase de ti, si yo era mar y tú un náufrago que buscaba su faro entre mis piernas.Y sé que está mal que el mar se pierda, pero a la razón del corazón no le es suficiente para librarme de esas cadenas. Me enamoré de tu barba siete veces en una vida, trece de tus fumadas, treinta de tus susurros y ciento dos de tus caricias; perdí la cuenta de las veces que lo hice de tu sonrisa, pero fueron más que noches de locura -y estábamos poco cuerdos-.Y al revivir no las olvidé; ya me conoces, me doy de hostias contra lo mismo -contra el mismo-. Así he gastado cuatro de mis calendarios, o veinticuatro, tachando los días en rojo, esperando a que vengas a mi cama diciendo "he hecho café, pero puede esperar".

Pero has vuelto tantas veces como te has ido, y me dejaste sola con el tiempo, ambos colgados de tu cuello. Y ha llegado ya la Primavera, pero lo único que florece son las plantas de mis pies. Con lo bien que se le daba a tu espalda ser florero. Y papel, y lienzo, y caja de música, y cofre de deseos. Con lo bonitas que eran nuestras luchas de versos a quemarropa, sonrisas de doble filo, besos de fogueo y sexo en llamas. Con lo alegres que columpiábamos entre los árboles, las palabras y la locura. Con la de sueños que abarcábamos en nuestros dedos cruzados. Con lo fácil que parecía volar a tu lado. Con la envidia que nos tenían los pecados capitales.
Pero sucedió que liaste mis principios de papel con tus finales, y llovía; que me dejaste desnuda entre estas cuatro paredes, con nada más que las cuerdas de una guitarra para ahorcar mis llantos y un péndulo que oscila entre mis ganas de ser nosotros y el miedo de volver a ser el despertador que ensordeces cuando llega la mañana; y agazapada entre el recuerdo de esas sonrisas que nos arropaban, esas caricias que erizaban nuestras pieles -que no querían ser separadas más que por la tinta de unos versos-.

Y sé que ahora me sienta bien este disfraz de indiferencia, pero me delata el maquillaje de sonrisas corridas por las lágrimas.
El problema es que, si vuelves, te abriré la puerta, los brazos y mis piernas.

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