26 marzo, 2013

Llega la Primavera, y no florezco.

Es esa sensación de quererme menos, de que cada día me desenamoro un poco de mí. De buscar el encanto en las curvas de mi mente, y no encontrarlo. De quererme náufraga en esta húmeda noche, y en las anteriores, en un mar cristalino, y no encontrar más que ramas secas y peces muertos. De ser un tango solitario, o un vals sin compás. De esta Primavera que florece mientras yo me hago pequeña y oscura en su seno.
Quizás sea por enamorarme más del Mundo. Siempre lo he concebido como algo cercano a mí, pero ajeno. Y así aprendí a amarlo, a amar los pequeños detalles que me brindaba, y brindar con champagne por ellos. Pero no con ellos. Ningún pájaro me enseñó a amarme a mí misma.
El mundo ha cambiado, hacia una belleza, que aumenta por momentos y sin cesar, letal para mi lánguido camino oscuro y lleno de ratas. Y sé que son mis fantasmas los que me conducen por este sendero tan..., ¿cómo describirlo?, jodidamente feo.
Me muevo de barra a bar, de copa a cerveza, al compás de la llama que quema mi cigarro de liar (la única encendida en mi oscuridad). Trasnocho por miedo a que la luz me muestre mis ojeras, provocadas por pasar la noche anterior (y las mil anteriores) tratando de echar a mis fantasmas a patadas. Pero he tardado en darme cuenta de que son intangibles, que por mucho que les patee, no desaparecen. Que al intentar ahogarlos con alcohol soy yo quien acaba en el fondo del barril. Que por quemarlos, ardo en llamas.
Me he perdido tanto y tantas veces que ya no sé por dónde buscarme. Me han hallado en cunetas de trizas de ropas y vómitos de las arterias. Me he dejado caer porque no confiaba en que pudiese volar. Y a veces las alas me pesan más que la brújula rota que llevo al cuello como un grillete. Me he pegado tantas hostias a mí misma que ya no sé si nací morada o soy un hematoma andante.
Me siento frágil; un pájaro de papel envuelto en una constante tormenta. Me derrumbo, me hago cenizas y me cuesta resurgir de ellas. Ya no me basta con derramar lágrimas para soltarme del carro de mierda que llevo a mi espalda. Soy la constante de decepción en la gráfica de mi amor propio. Soy una costura descosida de mi vida. Soy un Invierno encerrado en la Primavera, y un infierno en un cuerpo de metro cincuenta. Soy mi propia autodestrucción moral, mis miedos son mis latidos y, mis pensamientos, el acelerador de mi enfermedad. Soy los putos puntos suspensivos que no me llevan a ninguna parte. Soy mi cajón desastre y los condones usados en tirarme a cualquier precipicio de mi alma. Soy la dirección equivocada en el mapa de mi vida. Soy mis renglones torcidos, mis muecas de asco, mis tacones rotos y el puñal que me provoca la muerte día a día.
Pero lo más triste es que tengo que mendigar excusas ajenas a mí para sonreír.

No hay comentarios:

Publicar un comentario