24 enero, 2012

Mirada fría.

No soy una persona orgullosa, no suelo guardar rencor, y tampoco tengo irracionales ataques de celos. O eso creía. Estas semanas que he estado sin él han sacado lo peor de mí. Me he pasado los días maldiciendo, deseando que les fuera mal, a ambos. He pensado cien veces que debí irme ese día del parque, en vez de quedarme a su lado llorando, para que no hubiese tenido la oportunidad de herirme más. Hubiera sido lo mejor, pero no por mi orgullo, sino porque en ese momento ya se desvaneció completamente la magia que nos ataba. O encadenaba. Estaba encadenada a esa magia que nos unía, esa fuerte ligación que impedía que viera la realidad con firmeza.
Ahora que esas cadenas se han roto puedo ver con claridad. Fue estupendo vivirlo, desde luego, pero no fue tan maravilloso como creía. No podía ver más allá de mis narices, de lo fantástico que era todo; estaba hipnotizada por sus encantos, por la situación, por los momentos, por la ilusión. Todo fue un espejismo que escondía falsedad, cosas irreales, miedos y dudas rodeados de caricias, pero que no por ello se desvanecían. Un sueño que de niña soñé y se estaba haciendo realidad. Por eso era incapaz de ver los fallos, los baches. Ahora, cuando miro atrás, veo todo esto. Aun así, no puedo evitar una sonrisa cuando lo recuerdo.
No me arrepiento de lo que viví a su lado, ni me alegro de que haya acabado. Al contrario. Pero ahora sé que, si no hubiera acabado ese 31 de diciembre, lo habría hecho pronto.
Todo eso se acabó. Toca empezar de nuevo, pasar página, acabar con el pasado. Toca centrarse en el presente y futuro, volver a ser la "yo" de siempre, la que he sido toda mi vida. Esa que disfruta emborrachándose con sus amigas, que fuma casi a diario, que mira con lupa todo lo que come contando las calorías, esa que siempre sonríe, pero también llora, esa chica seria que comete locuras, no la infantil que deja todo de lado por un chico. Toca revivir.

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