14 enero, 2012

Niñez.

Echo de menos cuando era tan solo una mocosa delgada que no llegaba al metro de altura, y que se moría de ganas por tener dos cifras en su edad. Echo de menos esa época despreocupada, en la que solo te importaba que las barbies no se ensuciaran, ni se rompieran; que tu hermano no te robase los juguetes y peluches; que lo único que quisiera de los chicos es que me pintaran los dibujos para el colegio, porque yo me salía de los bordes; esa época en la que con un regaliz enrollado en el dedo, podías casarte, y divorciarte al día siguiente sin ninguna preocupación. Y volverte a casar a la semana siguiente con otro chico diferente, o con el mismo, daba igual. Esa época... En la que no tenías más que sonrisas. En la que dormías abrazada a un peluche por miedo al hombre del saco, y no como cura a que te rompiesen el corazón. En la que tus amigos lo eran todo, en la que no distinguías entre amigos, enemigos, conocidos y desconocidos, pues te daba igual casarte con unos o con otros. Esa época en la que rebasabas felicidad por cada uno de los poros de tu piel. Cuando no existía más tristeza que la que te producía que no te quisieran comprar un nuevo juguete. Cuando estabas tan convencida de que los unicornios existían, al igual que las hadas, duendes, elfos, el ratoncito Pérez y los reyes magos, y demás seres imaginarios. Ese tiempo en el que no necesitabas más que un poco de arena y agua para divertirte, puesto que tu imaginación lo hacía todo.
Ahora mi mente esta corrompida por malos pensamientos, recuerdos demasiado buenos que no volverán a repetirse, malos momentos que no quieres que ocurran otra vez. Ahora, mi imaginación me juega malas pasadas, haciéndome creer que esa felicidad puede volver, o que la tristeza en la que estoy embarcada llegará a puerto algún día.
Me gustaría volver a vivir así. Él me hacía creer que todo era posible, que las hadas podían existir, que con arena podía crear un castillo en el que vivir juntos, que el mar no tenía fin, que no había ningún obstáculo que no se pudiera superar. Ahora me enfrento de nuevo a la puta realidad. Tendré que madurar de nuevo, para darme cuenta de que los cuentos no son más que cuentos, y que los finales felices sólo existen en ellos.

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