"Cuando me desperté, me incorporé lentamente para no despertarle. Fui a la cocina para prepararme el desayuno, y me fijé en la taza. Aquella taza. Como un flashazo, me vino el recuerdo de aquel día. Tan solo un mes (exacto, además), después de conocernos, fuimos a pasar un día a Madrid, juntos. Para entonces ya nos habíamos dado cuenta de que encajábamos perfectamente, como dos piezas de un puzzle, echas para estar juntas. Algo tan sencillo como una mirada, un roce, una palabra, fuera la que fuese, nos hacía sonreír. Nuestras mayores discusiones eran sobre quién era más perfecto, a quién le encantaba más el otro, de quién era la sonrisa más bonita... E ir agarrada de su mano era un placer que podía hacerme sonreír días y días. Era el inicio de algo.
Esa taza. Volví a Madrid desde la cocina, a la cafetería más escondida que encontramos, para estar más relajados. No le gustaba el café, así que pidió un chocolate caliente. Y allí pasamos el tiempo, en el sofá de aquella cafetería Starbucks, jugando, besándonos, sonriendo... Y entre bolsas, risas y besos, robé esa taza. Esta taza. Desde entonces, hace ya 50 años, medio centenario después, bebo en ella. Ya está un poco desgastada, pero me da igual. Sigue consiguiendo sacarme una sonrisa cuando la veo cada mañana. Me trae buenos recuerdos.
Después de mi dosis mañanera diaria de tomar el café entre sonrisas, recuerdos, sueños, fantasías, y esa taza, volví a la cama. Él seguía dormido, y le desperté a besos, como a él le gusta. Cincuenta años después, y esa sonrisa sigue encantándome tanto como el primer día. Cincuenta años después, y sigo tan embobada. Cincuenta años después, y sigo con esta sonrisa de boba plantada en la cara. Cincuenta años después, y él sigue tan perfecto como siempre. Quizás, incluso más."
Carta de la futura Gemma, a la Gemma presente.
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