18 septiembre, 2013

Un mar

"Nunca olvidaré ese verano en que fuiste
la actriz principal en el reparto de mis días"
Ignacio Martín Lerma

Un mar.
Gran mar
condenado a
la prisa del viento
sacudiendo la superficie
y también las entrañas.
Un mar de soledad.
Lo miras, lanza
un beso,
el mar.
Revolotea
el beso en alta mar
y la soledad
naufraga
en el gran mar.
El estribillo se repite
y el cristal que es ese mar
parece bello hogar. Tu hogar.
Crecen las olas de la risa, espuma
blanca agitando a golpes el desvelo
de la noche en la que la luna casi llena
se folló al mar, porque era una luna perfecta
para plantar batallas en cada uno de sus poros.
Cuando la noche desaparece vuelves a mirar
al mar y entiendes, por fin, por qué
el marinero no se siente solo,
por qué las gaviotas
buscan de sus
aguas
para vivir,
por qué
hasta el sol
quiere su reflejo
en el mar.
Se calma
el mar.
Llega la tempestad.
Arriad las velas, navegantes, que el viento
no tiene compasión, ni los hombres más valientes
salen a flote después de un naufragio. Pon rumbo a tierra, el desastre está servido
si seguimos flotando en el mar de las pasiones,
pequeño barco que se deja llevar,
pequeña boca que
arrastra
la
resaca
del mar.
Ya en tierra
vuelves a sentir
la soledad.
Ya no
amanece
al otro lado
de tu mar.
Descubres
que has perdido
una lágrima
o cuatro,
o una
docena
de batallas
en ese mar
y quieres volver
para recuperarla.
Quieres volver al mar.
Quieres volver.
Volver.
Volver.
Al mar.

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