09 febrero, 2013

Puedo bailar las canciones más tristes esta noche.

Esta noche tengo unas ganas infinitas de bailar. Bailar en pareja, agarrados. Da igual el qué, un vals, un tango, un swing, un pasodoble. Tengo ganas de bailar. O quizás no. Quizás sólo sea que tengo ganas de abrazar algo. O a alguien. Es una de esas noches en las que quieres sentir que tienes algo a lo que aferrarte. O a alguien. Es posible que no me importase no bailar, si, a cambio, pudiera tener la sensación de no estar sola en esta gélida cama que me acompaña cada noche. Bailar sería una forma de no pasar una de esas noches solitarias en las que darías la vida por la simple compañía de alguien. De ese alguien. Estas noches son las peores, esas en las que mides tu soledad en lo fría que está tu cama.
Una noche como esta, de carnaval, visto mi careta diaria de felicidad, sujeta por cien alfileres que se clavan en la piel, en la carne, y hacen sangrar. Una noche en la que no me apetece estar sola, en la que tengo ganas de bailar, o de cantar, o de estar sentada con alguien, o algo, pero, más bien, con "ese alguien", en la cama hasta el amanecer. O hasta que nuestros párpados caigan con el peso de un bloque de hormigón. Pero esta noche no quiero estar sola.
Mi cama esta noche está helada. Tengo la sensación de que ni yo misma estoy en ella.

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