25 febrero, 2013

My world in words.

«¿Cómo le explicarías tu mundo a un ciego?». El otro día me formularon esta pregunta. Me es muy complicado imaginar cómo sería mi mundo sin que mis ojos lo percibieran. Mi mundo sería tan ciego como yo. Pero no por ello perdería su belleza. El mundo es bello, sí, pero no a los ojos. Sino a los pensamientos. A los sentimientos. Y éstos no pueden ni podrán nunca cegarse.
«¿Cómo le explicarías tu mundo a un ciego?». Por dónde empezar...
Mi mundo abre sus puertas para mí a las seis y media de la mañana. Algunos días antes, y otros después. Pero casi siempre, en estas épocas, es de noche.
La noche. Por ahí empezaré. Por ser el principio más que por ser yo un ave nocturna. La noche es oscuridad, con pequeñas luces clavadas en su piel más lejana. Cuando no hay nubes tras las que ocultarse, claro. No me da miedo la oscuridad del cielo. Ni la de mi mundo, sea dicho de paso. La oscuridad es esa sensación de soledad en la que, a veces, te sientes tan cómodo. La asociamos con el negro, o demás colores oscuros; y éstos, a su vez, con lo negativo. ¡Qué confundido está el mundo! Los oscuros son colores sencillos, pero a la vez elegantes, y más aún con esas piedrecitas brillantes que posee el negro del que os hablo. A mí me gusta la oscuridad. Aunque a esas horas de la mañana no me resulte fácil apreciarla. La noche no es más que la ausencia de lo que llamamos Sol. No me llevo bien con él. Por eso me gusta la noche, porque el no estar de esa estrella cercana me invita a pensar. O son las demás estrellas las que lo hacen, o la oscuridad, no sé. El Sol, un gran círculo que pintamos de amarillo. El círculo es la figura perfecta por escelencia; y el amarillo es un color que parece tomar vida propia de lo alegre que es. Pero ningún círculo es totalmente perfecto, ni el amarillo se levanta para darte los buenos días. Lo que me gusta del Sol son esas lianas que cuelgan de él en todas las direcciones para fundirse con el azul claro del cielo. Un cielo que es azul porque el Sol lo alumbra. Y es de un azul inmenso, como el del mar más puro, que me invita a tumbarme en el campo del verde que más me guste sólo para mirarlo, y ver cómo las nubes blancas cambian de forma en él. Las nubes. Blancas, como la sensación más pura que podáis sentir; y así lo transmiten. Parece que vuelo con ellas mientras juegan las unas con las otras, se unen, vuelven a separarse.
Pero, de pronto, se tornan grises. Vuelvo al campo donde estoy tumbada y veo llover. El verde se moja. Las gotas caen al suelo, sin llevarse con ellas la naturaleza propia de las hojas afiladas, que no cortan ni pican, sino que acarician; ni el estado de paz y armonía que ya me ha transmitido su color, y su tacto. Por eso sigo ahí tumbada, mientras llueve sobre mí. Y veo cómo las gotas de agua descienden por su propio peso, aceleradas, hacia mi piel, ya empapada. Las gotas de lluvia, como las lágrimas, son una esfera que deja una estela a su paso, para que, por unos instantes, nadie olvide que han estado ahí. Cuando me tocan, pierden su perfección, pero no su transparencia, ni su existencia. Ni su belleza.
El frío pronto hace que las gotas de lluvia se conviertan en pequeñas bolas blancas heladas. La nieve. No son más que gotas de lluvia disfrazadas con su traje más bello, más complejo. Más romántico. Como si fueran a una cena elegante con su enamorado. Y éstas siguen posándose en mi cara, y las siento heladas. Es hora de volver, pues se ha hecho de noche. Otra vez la noche. Otra vez oscuridad que admiro desde mi ventana.
La oscuridad me transmite sensaciones que ni las lianas del Sol, ni la tranquilidad del cielo, ni los juegos de las nubes, ni las caricias de la hierba, ni el contacto con la lluvia, ni las frías manos de la nieve pueden aportarme. Quizás el hecho de no ver me ayuda a verme a mí misma. Por eso, por las noches, pienso. Y sueño. Y vuelo. E imagino. Imagino mil mundos diferentes. Pero esas ya son historias más largas.
P.D.: Gracias a Charles Blond la paciencia que (mal)gasta conmigo, gracias porque cree en mí, gracias porque me hace reír y sonreír, y gracias también por otras mil cosas más. Pero, esta vez, gracias por inspirarme estas palabras, pues fue él quien me hizo esa pregunta. A él le debo esta entrada, y a él se la dedico. Con mucho cariño, por supuesto.

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