Recuerdo perfectamente cómo te conocí. Noté química desde el primer momento. Sin conocerte, me interesaste; sin haberte mirado a los ojos, me gustaste. Algo tan sencillo como una conversación me demostró que eras alguien especial, desde el primer momento. Nunca me había pasado algo así. Como tampoco había vivido antes esta felicidad, con nada, con nadie. Ni siquiera la había imaginado.
Antes de conocerte, mi vida, mi felicidad, era como un castillo de naipes, que con un solo toque, en cualquier momento, podía venirse abajo, y luego era difícil volver a construirla. Ahora, todo es distinto. Reforzaste el castillo de naipes con cemento de alegría y ladrillos de esperanza, y construiste hasta un foso para que nadie pudiera atacarlo, y una gran puerta por la que entraste a lo grande. Una puerta que solo tiene entrada, para que nunca puedas salir del castillo. Dentro, sembraste jardines con flores y sonrisas, esas sonrisas tuyas que nunca, jamás, dejaré marchitar. Y cuando creía que mi castillo no podía estar más bonito, colocaste una bandera con un corazón y el número 18 en la torre más alta. Una bandera enorme, que hacía el castillo lo más bonito que había visto en mi vida... Y a mí la chica más feliz del mundo, como nunca antes lo había sido.
Pero... ¿y si tú no hubieras aparecido en mi vida? O si hubieras aparecido, pero de paso, como muchas otras personas... Mi castillo seguiría siendo de cartas superpuestas, y yo sería la chica de siempre, con miedo a que alguien le derribase ese castillo, y con él, la felicidad.
Por suerte, no fue así. Ahora te tengo en mi vida, y no te pienso dejar escapar. Ni siquiera puedo imaginar cómo sería mi vida ya sin ti.
No hay comentarios:
Publicar un comentario