Sus dedos mecen las teclas,
adormilan a las fieras,
un capricho en cada sonido
saliendo de un trozo de madera.
Veo los segundos pedestres, pausados
pero con prisa por caminos traveseros;
la música vuela a mi lado.
Un enjambre en mis oídos
llenos de la miel que almacenan.
Puedo sentirla, inmortal.
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