19 febrero, 2013

Dulzura sobre escenarios.

“El teatro es la poesía que se levanta del libro y se hace humana. Y al hacerse, habla, grita, llora y se desespera. El teatro necesita que los personajes que aparezcan en la escena lleven un traje de poesía y al mismo tiempo que se les vean los huesos, la sangre. Han de ser tan humanos, tan horrorosamente trágicos y ligados a la vida y al día con una fuerza tal, que muestren sus tradiciones, que se aprecien sus olores, y que salga a los labios toda la valentía de sus palabras llenas de amor o de ascos".
Así comienza la que, me temo, será mi última obra de Teatro en años; con estas palabras de Lorca que definen especialmente bien qué es el Teatro. Nadie podría haberlo expresado mejor. Federico dió estas letras la capacidad de hacer sentir a quien las lee algo parecido al amor. Amor por el teatro. Esa sensación que lleva años conmigo. Desde los 6, exactamente. No era más que una niña, y ya tenía algo claro: que amaba, amo, y amaré el Teatro.
Entonces lo veía simplemente como un pasatiempo. Aprenderme un texto, ensayarlo, vestirme para la ocasión y recitarlo. Pero esos nervios antes de dar el primer paso hacia el escenario se fijaron en mis intestinos, echaron raíces y florecieron, haciéndome crecer a mí consigo. Os aseguro que nada es comparable con esa sensación. Ni un abrazo, ni las caricias, ni las mariposas en el estómago. Ni siquiera los orgasmos.
Y cuando estás sobre el tablado. Qué decir de ese momento. Es simplemente comparable con sentirte un Dios. Una sala llena que posa sus miradas en ti, dispuestos a evaluarte, pero también a soñar contigo, a disfrutarte, a abrazarte con sus aplausos; conscientes de que eres una persona haciéndose pasar por otra, pero sin saber que esa otra te ha marcado la piel a fuego. Porque cada papel, cada texto, cada sentimiento que has de sentir por esa persona, se queda en tu cuerpo como un tatuaje, para siempre.
Mi próximo, y último, por ahora, espero, personaje será la conocida como la Gaviota. El director lo ha elegido así para mí. Una joven que sueña con ser actriz, por encima de todo. Sí, era consciente al darme ese papel de que me llegaría hasta lo más hondo. (Y más si tenemos en cuenta de que ha hecho a cada personaje a la medida exacta de sus actores).
¿Cuántos años podré aguantar sin sentirlo? La vida me lo exige. Si por mí fuera, pasaría mi vida, y otras cuantas más, deambulando por esa fría sala de butacas que tanto me ha abrigado; por ese camerino que ha visto hasta mis porciones de piel más íntima; sobre ese escenario cuyos focos me cegaban, pero que me han permitido ver más allá, ver a través de mí, de mi familia de actores, de la familia del  personaje de quien me visto, de las puertas del Teatro.
Ojalá fuese en realidad una Gaviota. Pero no esa a la que Tréplev mata y entrega a Nina en la obra de Chéjov. No, esa no. Querría ser una Gaviota blanca, capaz de volar sobre la realidad, con el fin de llegar a su meta, su sueño, el que quiere convertir en su realidad. Ese sentimiento es el que comparto con ella. El soñar con ser actriz. "Elevarme como una Gaviota y volar sobre escenarios como éste. Soportaría el desamor de la familia, la pobreza y las desilusiones. Viviría en una buhardilla, comería sólo pan de centeno. Aceptaría el sufrimiento de vivir descontenta de mí misma y tener conciencia de mis imperfecciones. Pero, a cambio, exigiría la fama... La fama auténtica, clamorosa". Quizás por esto, en parte, y porque es la última que tomará voz desde mi cuerpo, me pesa tanto en el alma. No es un peso difícil de llevar, no una carga. No. Todo lo contrario. Es ese tipo de peso que te hace crecer, que te permite volar. Soñar.
Pero, cómo no, mis sueños están atados con una cuerda corta al miedo. Nina, la Gaviota, mi Gaviota, lo cumplió. Llegó a ser actriz, aunque ésto le costó un alto precio, y apenas fue duradero. Me conformaría con eso. Con poder sentir de nuevo el crujir de las tablas bajo mis pies, el frío de la sala, la desnudez en los camerinos. El abrigo de mi otra familia sobre el escenario. La satisfacción, acompañada incluso de lágrimas, con el aplauso del público, que, a pesar de tus errores, te felicitan, te sonríen, porque les has hecho sentir.
Es hora de dejarte, querido Teatro. No te preocupes, que no será demasiado duradero. No podría soportarlo. Aún así, en tu ausencia, pensaré en ti, en todo lo que me has dado, aún sin haber recibido nada a cambio. El 23 de Marzo me deslizaré bajo mi traje de Gaviota, y juro conquistar al público en tu honor. Te amo, Teatro.
Siempre tuya,
Gemma, el intento de Gaviota.

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